Antes de cerrar el año, recuerda
Tengo algo que contarte: diciembre siempre me ha resultado el mes más incómodo del año. No el más feo ni el más aburrido, ni mucho menos, pero sí el más pesado. Engorroso, a ratos.
Al principio una se llena de expectativas que se van disolviendo arrastradas por la falta de luz y la fatiga. Planificar menús, citas, compromisos. Ir saltando de una casilla festiva a otra como si el calendario fuera un tablero que hubiera que completar. Con el paso de algunas Nochebuenas y otros cuantos finales de año, se confirma ese pensamiento incómodo: si yo ya lo sabía.
No quiero pecar de cínica; imaginar esos momentos es lo que impulsa estos días de frío. Proyectar encuentros, pensar regalos. Y, sin embargo, la energía se diluye por el camino y siempre termino con la misma sensación: no he disfrutado como creí que iba a hacerlo. O peor aún, no he sabido hacerlo.
Cuando arranca el mes todo se hace prometedor, es cierto. Me entra el síndrome del horneado y acabo dorando galletas, o ideando manualidades que llenen de rojo y dorado el salón o me sube la fiebre creativa y termino, a deshora, ideando calendarios para los próximos 12 meses. Aderezado, todo, por la clarividencia que trae consigo la cuenta atrás.
Diciembre entra con los honores que merece el último mes del año. Sin embargo es un mes ya viejo apeado en el camino, que nos mira nuestro ir y venir dominadas por la prisa. En ese ritual de cierre, encontramos tiempo para hacer un recuento selectivo de memorias. Ratos que pasarán por un motivo u otro al álbum anual. Algunos marcarán incluso el año entero: 365 días resumidos en una sola experiencia vital que será recordada, enlazada irremediablemente al año que se agota. Qué entra y qué se queda fuera.
2025 quizá pase como el año en el que los gobiernos europeos incrementaron de forma visible su gasto en defensa. El Parlamento alemán aprobó, incluso, un proyecto de ley para introducir el servicio militar voluntario a partir de los 18 años desde el 1 de enero de 2026. No fue una sorpresa. Las guerras en territorios próximos - y las imágenes que siguen rompiéndonos el corazón - no cesaron, tampoco, este año.
Antes de la primavera un aire amenazador se filtraba a través de las noticias. Llegó el anuncio del kit de emergencia para 72 horas. Como en la más absurda de las distopías, desde la Unión Europea trataron de calmarnos con mensajes contraproducentes: prepárense, pero no se asusten. Meses después, España se apagó. Y durante un día entero la distancia dejó de ser una abstracción para volverse real y quebradizos los canales que nos acercan.
Este año la Inteligencia Artificial saltó del entorno digital para dominar cualquier conversación analógica. De un lado y de otro se repetían los debates en torno al límite ético en un mundo delimitado por algoritmos. Yo me confieso con la curiosidad de una niña probando aplicaciones, descubriendo hasta dónde puede llegar la IA aunque el riesgo lo termine enturbiando: el mensaje condescendiente desde el otro lado de la pantalla es peligroso. Una vez más, agradezco haber conocido un mundo sin redes. Y ahora también, sin IA.
Cada dos minutos aparecen nuevas herramientas como setas en un bancal capaces de crearlo casi todo. Me pregunto cómo aprenderán a discernir mis hijos y los tuyos en este paisaje inédito. Cómo lograr que la verdad siga siendo reconocible, aunque cueste, y el placer que trae el esfuerzo siga presente. Y, ya puesta a pedir, que la música no deje de conducirles por veredas de sombra y hondura. En 2025 también se confirmó una intuición: según un estudio reciente de análisis de redes musicales, incluso los géneros históricamente complejos tienden a simplificarse; las estructuras se han vuelto más previsibles y las melodías más elementales. La música, hoy, es dócil.
2025 fue, también, el año en que sentí terror por primera vez en mi vida. Un terror seco. Y ahora hago acopio de otros recuerdos que endulcen esa experiencia acerba. Porque ha sido también el año de los reencuentros con amigas a las que no veía desde casi otra vida. Juntas comprobamos que las risas y los abrazos no los desgastó ni el tiempo ni la distancia.
Y ¿dónde queda el resto de recuerdos? Algunos bellos, pero quizá no tanto para llevarlos siempre colgados, supongo. ¿Dónde acabarán, pues? Pasarán a desintegrarse como el elefante rosa de Inside Out: cumplieron su función, nos moldearon pero, en el triunfo de la arbitriariedad, desaparecerán. Puede que vuelvan a repetirse, -y no seremos conscientes entonces-. Dependerá de nosotras recuperarlos, anotarlos en los años venideros. Si queremos.
Me da vértigo dejar atrás otro año. ¿Te ocurre lo mismo? En estos días parece que todo alrededor apremia por quemar el tiempo. Nos preparamos para dar el salto al vacío que supone inaugurar un año nuevo. Y hay algo inquietante en esa prisa. Kierkegaard lo llamaba la angustia de posibilidad: el vértigo que surge ante un nuevo comienzo cuyo camino se insinúa aún borroso. Enero se acerca como una página en blanco, y la libertad que promete puede volverse demasiado exigente. ¿Qué hacer con ella? ¿Quién seré en los próximos días, aún intactos? ¿Y quién serás tú?
Dividimos los 12 meses del año en bloques. Necesitamos comprender antes de hacer un recuento plausible de quiénes hemos sido a lo largo de ese tiempo que se va. Decía Arendt que el hombre está condenado a comenzar, siempre. Así también podemos pensar que el año que viene será posible todo lo que en este año no fue. Enero nos abre una puerta a la posibilidad de ser de nuevo. Y así cada vez, año tras año, el mismo pensamiento porque sólo esa fantasía ya es estimulante. Poder proyectarnos a nosotras en un espacio que aún no existe. Un sueño comprimido donde se desbordan las expectativas. Y nos convencemos de poder elegir. Este año, sí.
Heidegger afirmaba que la existencia es siempre un correr por delante de sí misma. Diciembre es la metáfora perfecta de ese impulso: aceleramos para alcanzar un límite que inventamos, convencidas de que, una vez cruzado, podremos empezar de nuevo. Pero la verdad es más sobria: nada comienza realmente en enero, ni nada termina por completo el 31 de diciembre. El tiempo no se detiene. El borde es solo un dibujo sobre el mapa.
El fin de año es un artificio porque necesitamos cierres. Incluso rituales donde hacer acopio de nuestros propios hitos. Necesitamos entender nuestra vida y la mejor forma de hacerlo es contarla, contárnosla. Repasar cada desafío enfrentado, cada favor que nos han hecho, la ayuda recibida, la que nosotras hemos prestado… Con suerte evitaremos que se nos cuelen algunas sombras innecesarias en el año que aún no hemos estrenado.
Desde el Sol de Ítaca.




