La voz que convirtió la rabia en poesía
“Si no lo siento de verdad, no puedo cantarlo", Robe Iniesta.
Te escribo esta Carta con prisa y con tristeza.
Hace un año por estas fechas mi hermano me ponía por primera vez Caída Libre, la canción de Leiva y Robe Iniesta. Recuerdo con nitidez el instante en que la voz de Robe, en la segunda estrofa, se abría paso inundando un salón entero. Siempre conseguirá ese efecto en mi, pensé, ¡qué genio!
Una voz que es un río de verdad profunda y desbordada. Una belleza tierna y frágil; la voz de quien ha vivido siempre al margen y, sin embargo, ha acompañado a quienes le han dejado a lo largo de la vida. Un faro torcido.
La primera vez que escuché Extremoduro lo recuerdo con exactitud. Fue una chica del instituto quien me prestó un CD pirata con una compilación de varios discos, sin orden ni criterio. Estaba Standby, Golfa, Salir, La vereda de la puerta de atrás, A Fuego, So Payaso. ¡Qué suerte infinita escuchar aquellas canciones por primera vez! Aquella chica me advirtió, la voz no mola pero las letras sí. Y pensé que a mi la voz me gustaba igualmente, porque era igual de sincera que sus poemas.
Mi generación quizá ha sido la última en tener la suerte de hallar las canciones, de compartirlas en soportes preciados. La música llegaba por circuitos alternativos. No necesitaba promocionarse. Extremoduro nunca sonó en la radio, al menos entonces. La cara de Robe era uno de los grandes enigmas universales. Sus canciones seguían una ruta propia: si te gustaban era tarea tuya buscar más de aquello. (Así también apareció de repente un día la maqueta de Estopa, atrapados en su mundo mágico, trágico). No era necesario bombardear hasta hacernos creer que nos gustaba lo que oíamos. La música en cintas o en CDs se poseía. Se rebobinaba y empezaba de nuevo el disfrute. Extremo no se escuchaba a través de videoclips. Extremo no se consumía.
Cuando Extremoduro anunció que se separaba casi ni nos enteramos. Llevábamos escuchando su música desde años sin saber con exactitud desde cuándo. Y si las canciones no tiene un origen temporal definido es porque están destinadas a la eternidad. El imaginario colectivo de mi generación atesora letras caladas de crudeza y de ternura infinita a partes iguales. Aprendimos a conectarnos en las derrotas y en el amor al que cantaba Robe: sus amapolas. Voy que ni toco el suelo y he espantao hasta las nubes. Es posible que no se haya compuesto una canción que demuestre con tanta precisión la velocidad, la libertad y la profunda soledad al mismo tiempo.
Pero Robe evolucionó y publicó varios discos en solitario, con acordes nuevos y un sonido mucho más pausado. Y de nuevo dio en la tecla de la verdad áspera, tan adictiva y reconfortante. Cuando escuché por primera vez Un suspiro acompasado sentí que cualquiera de esos versos los podría haber firmado Miguel Hernández noventa años antes. De nuevo estaban ahí la ternura, la dignidad y el poder de cambiarlo todo en sólo nueve minutos de canción.
Ayer temprano saltó la noticia: Robe ha muerto. 63 años pero más de 100 vidas vividas. El corazón seguirá pinchándome cada vez que vuelva a sus acordes. Que le sea leve, y que la ola que surja del ultimo suspiro de un segundo le transporte mecido hasta el siguiente. En otra dimensión, con otro cielo. Y desde allí nos siga llegando su música.
Desde el Sol de Ítaca.
Este texto forma parte ahora de Ítaca y puede leerse aquí


Recuerdo esos CDs y cassettes que circulaban por el instituto como tesoros. Así fue, así lo recordaremos. Hay personas que se van pero nos dejan el corazón lleno.
Gracias por presentarme a Robe. Seré post Robe.