Postales mentales: una escapada a Nueva York desde el barrio de List
El viaje a Ítaca se suspende por temporal: echarse al mar no es buena idea cuando está bravo. Bastan tres gotas en verano para que aterrice, sin escalas, en Upper West Side. La realidad es opcional.
La lluvia en verano tiene un sabor aspiracional. Desde niña, ver llover en verano era transportarme a otras realidades aún inexploradas. Nuevas ciudades. Nuevas calles. Nuevos nombres. Mi cabeza ya se encargaba de colocar personajes, ruidos y olores hiperrealistas con los que completar la composición de ese lugar. Un espacio mental en el que aún juego.
En este viaje el presupuesto es ilimitado, la realidad es sólo opcional.
En mitad de este viaje, los Mares de Ítaca se difuminan y atraco en el East River para contemplar el edificio American Copper. Entre sus piernas, a lo lejos, aparece orgulloso el Empire State. Camino por la Quinta Avenida para encontrarme de bruces la Catedral de San Patricio. El lugar sosiega entre las vidrieras heladas de los edificios que lo amurallan. Entro en Central Park. Respiro. Hago una pausa en la Terraza Bethesda: mi memoria recorre las decenas de escenas de cine que se han rodado aquí. Es divertido sentir las pisadas sobre un marco nuevo que ha sido integrado mucho antes en mis recuerdos cinematográficos. Ahora salgo por la derecha, sí, necesito encontrar un hueco propio en la ciudad. Y te llevo a un apartamento con jardin interior. Un oasis nos espera en Upper West Side. En este viaje el presupuesto es ilimitado, la realidad es sólo opcional.
¡Ay! Nunca he estado en Nueva York y es la ciudad de mis sueños. Todavía no entiendo cómo, con tantos vuelos que he tomado, ninguno ha terminado desviándose por accidente hasta esa esquina luminosa de la costa este… Ser la ciudad de mis sueños está lejos de ser una frase hecha en mi caso; es la verdad de la buena. De hecho adoro la calle donde vivo y la habitación donde escribo porque siento que es mi pequeña réplica de la Gran Ciudad. Es curioso, en Hannover, la ciudad desde la que te envío esta Carta, las calles son por lo general bastante silenciosas - aunque los hannoverianosdetodalavida refuten esta idea - y justo por eso valoro tanto la mía: en mi calle hay un poco más de ruido, pasea gente, hay movimiento. En mi calle, la vida ocurre. Como ocurre incluso en el rincón más callado de Nueva York.


No me creerás pero mi historia con Nueva York viene de lejos y se repite de vez en cuando: a menudo sueño con viajar allí. ¿Te pasa algo parecido con algún otro lugar?
Listas las maletas, listas las cosas de los niños. Estoy a punto de embarcar. Siempre a punto. Pero algo se interpone. La última vez, había olvidado el pasaporte. En otra, el visado. En otra ocasión me negaron el acceso justo en la puerta de embarque. Así una y otra vez, como una escena que se proyecta sin cesar.
Desde hace años, mi subconsciente repite el ritual: los nervios del vuelo, el pasillo interminable de Barajas, las paredes grises, la maleta de mano, la ropa cómoda. A veces voy con mis hijos, otras sola, o con antiguos compañeros de la universidad que no veo desde otra vida. Y siempre, el mismo final: nunca consigo subir a ese avión.
Nueva York sigue allí. Yo, casi.
¿Y si este ejercicio de invención fuera, en sí mismo, una forma plena de estar?
A la mañana siguiente mi deseo aumenta, claro. Nueva York nunca aparece del otro lado del vuelo. Sólo el deseo de llegar. La ciudad se convierte en metáfora: inalcanzable, insistente. Como un desafío personal, aunque te reconozco que la sensación que experimenté la última vez me dejó inquieta. Me planteé incluso si quizá era la misma Providencia quien me estaba advirtiendo, con delicadeza cíclica, que viajar a Nueva York no es una buena idea. ¿Y si hay lugares que solo pueden ser soñados? Si tienes alguna otra interpretación me encantará escucharla.
El caso es que, cuando paseo por mi barrio, List, sucede algo curioso: imagino que camino por la 76th Street. Espero no equivocarme al nombrarla —ya te conté que nunca he pisado esas calles—. Pero imaginarla, por ahora, basta.
Viajar allí me ayudaría, claro está, a componer los verdaderos olores, el bullicio, las voces de la gente real con la que me cruzo. Pero, ¿y si sólo imaginarlo ya provocara suficiente satisfacción? ¿Y si este ejercicio de invención fuera, en sí mismo, una forma plena de estar?



Como te decía al principio, yo le añado el aliño que mi humilde calle no tiene. Se lo sumo a estos edificios burgueses del XIX entre los que se alzan iglesias neogóticas, fachadas Art Nouveau - en alemán Jugendstil- y algún que otro trazo de la Bauhaus. A veces, con algo de suerte, escucho inglés en las terrazas de los bares cercanos. ¿Podría estar más cerca?
Es un plan de verano estático, sí. Pero también inagotable. Como una ciudad imaginaria que me espera sin prisas.



Te invito a mi plan: una Nueva York inventada desde la List. Una ciudad hecha de cine con la voz en off de Ella Fitzgerald a la que no se accede en avión. No sé si algún día pondré un pie en la 76th Street o si seguiré escribiéndola desde Hannover, como quien borda un mapa secreto. Por ahora, nos quedamos aquí, mientras la mar siga revuelta.
Desde el Sol de Ítaca.




Mil gracias, Rocío, por tu mensaje! Un abrazo fuerte 😘
Me encanta tu plan en List ;) Es un barrio muy neoyorquino, sin duda.
Sobre los mares bravos, yo también espero que algún día el viento se ponga a favor y podamos hacer realidad esos viajes que viven en nuestra imaginación... Mientras tanto, sigamos soñando. Un abrazo.