Septiembre es el puerto de todos los inicios
Antes de que Perséfone descienda me quedo contigo en el umbral de esta nueva isla, despierta y dispuesta a celebrar que hemos atracado en otra orilla.
Te escribo al fin, con el deseo acumulado de estas semanas, y me atrevo a confesarte que te he echado de menos. Estaba deseando pues, retomar nuestros encuentros semanales. Han pasado algo más de seis semanas en las que el verano me ha robado el hilo de la escritura. No me quejo, la vida a veces urge y aplaza, sin miramientos, las pausas pactadas.
El viaje nos condujo en avión con destino al sur -ese sur que tanto estimula mis sentidos- A lo largo de estos días hemos vivido ratos de verano encapsulados en, al menos, cuatro aeropuertos. No te descubro nada nuevo: todos los aeropuertos huelen igual en cualquier estación del año. Aire reciclado y carteles tipográficos repetitivos que nos hacen olvidar dónde estamos. En otra ocasión me gustaría hablarte de la silenciosa belleza que existe al imaginar la ciudad que espera allá afuera o los hombros que darán el abrazo infinito en la terminal de llegadas. Pero por hoy, volvamos al hilo.
Volver a la casa de la primera juventud primero escuece. Después repara.
Entre mis propósitos veraniegos había planeado escribirte cada dos semanas, -ilusa de mi- porque era evidente que iba a fracasar en el intento… A cambio, crucé con mi familia el mapa hasta la Ítaca central desde la que un día partí. Y lejos de estirar las horas, los días se disolvían entre helados derretidos, gafas de buceo con las que mi hijo mayor aprendió a dar volteretas en el agua, - y yo misma recordé también mi maña para las acrobacias acuáticas de niñez - Los manguitos siempre listos, césped y toallas mojadas, y lo bañadores colgados del tendedero esperando la siguiente ronda. Quizá tu plan veraniego ha sido parecido.
He abrazado a mi madre y la he respirado profundamente, como si me faltara algún matiz de su perfume que siempre va conmigo. He sentido la espalda poderosa de mi padre, el refugio permanente. Mi hermano me tendió su mano para aligerar mis hombros una vez más. Con él todo se llena de alegría y de memoria.
🖇️📬SUSCRÍBETE AQUÍ📬🖇️
Volver a la casa de la primera juventud es un ejercicio extraño. Primero escuece. Después repara. El aire respirado entonces sigue ahí, sosteniendo el reflejo de todo el camino recorrido. ¿No sientes, al volver a tu casa de siempre, que el tiempo se desdobla? Lo viejo se enciende de nuevo en los gestos de quienes ahora nos acompañan. Los objetos que sobrevivieron a la criba cuando partí buscando mi Ítaca se transforman en faros tenues. Estos días de verano han sido juguetes en las manos de mis hijos: piezas que alumbran mienstras la rueda sigue girando.
La memoria y la mitología se confunden cuando vives fuera: observar desde lejos esa isla que fue mi hogar un día se ilumina a veces, otras se enturbia.
El verano aún se desplegó en otra ruta; nuestra nave familiar nos llevó hasta una ciudad demasiado ruidosa como para distinguir el sonido de las olas. Así buscamos la orilla al amanecer y de nuevo acudimos a cerrar el día a tientas, para asegurarnos de que el Mediterráneo seguía ahí: murmurante, salado, obstinado. El mismo mar de la infancia. Por ventura, ahí nos reconocimos todos.
Septiembre nos lleva a su propia isla, una concesión nueva, un año nuevo.
De vuelta a casa me pregunté cómo retomar estas Cartas. Tenía miedo a que la ausencia me hubiera robado la práctica y también las historias. Una contradicción como el arrastre de estos últimos días de agosto. El cambio de estación es inminente. Septiembre ya empuja. Las parras se vencen bajo el peso de sus racimos, el aire se aligera, la rutina se despliega como un jugoso regalo. Es tiempo de indulgencia, incluso, con nosotras mismas.
Septiembre no clausura: inaugura. Conserva la luz bronceada y nos regala las últimas tardes tostadas invitándonos a escribir un ciclo distinto. Aún permanece la claridad en el aire. No necesitamos cambiar de año. No necesitamos comenzar de cero. No se trata de un borrón y cuenta nueva: septiembre nos lleva a su propia isla, una concesión nueva, un año nuevo.




Antes de que Perséfone descienda, quiero quedarme contigo en este umbral: las imagenes más sugerentes de un verano que se nos funde y que pronto teñirá los árboles de amarillo. Hasta que ello suceda y el otoño sea una realidad incontestable, que el año nuevo nos encuentre gozando de las siestas y de la pereza estival dispuestas a celebrar esta segunda oportunidad.
Desde el Sol de Ítaca.




